Alegría en este día hay que celebrar, hey.

Hace menos de una semana se me presentaba la típica estampa navideña de Nochebuena. Mi abuela bombardeándome a insultos sobre mi apariencia (mundialmente conocidos como "los terribles arrumacos de la yaya"); mis primos pequeños gritando como energúmenos (porque eso es lo que hacen los niños, cosas irracionales que nunca voy a entender ni a tolerar); y el resto sobrante, debatía sobre asuntos contraindicados.

El drama de la historia comienza cuando en un alarde de erudición y pedantería, un miembro de mi familia cuya identidad no pienso revelar (mi padre, joder) decide abrir una discusión sobre el tema del Aborto en España. Gracias papá. Después de sabe Dios, media vida oyendo sandeces, me decidí a terminar con está memez de discusión porque ya no era capaz de escuchar más palabrería. Por eso, y porque estaban tan concentrados en defender sus argumentos que no me dejaban deslizarme hasta el plato de jamón. Total que no se me ocurre otra forma de desviar la atención del populacho (Marta tía, no te pases que son tu familia) que lanzando al aire un "pues yo creo que esto se ha quedado frío eh".

No sé si fue el silencio tan jodidamente incómodo que se formó, o esas miradas que hablaban y susurraban un "nos ha salido la niña subnormal"; pero en ese instante me di cuenta de que había hecho mal. Habían pasado de estar entretenidos con sus cosas, a centrar su curiosidad en mí. El debate terminó, vaya que si terminó. De los siguientes veinte minutos sólo recuerdo un intenso tiroteo de preguntas hacia mi persona: que qué tal la Universidad, que si mi amiga no sé quién, que si estoy contenta. Y cómo no, las famosas preguntas de "tu novio". Y después de todo, y habiendo esquivado las preguntas sobre mi vida sentimental como una jefa, me percaté de que a mi mano le faltaba una copa.

No sólo eso, sino que al haber reflexionado sobre ese novio que toda mi familia ansía conocer, pude concluir que el hombre de mis sueños nunca iría sobrio a una cena familiar. Ni siquiera creo que fuese a una cena familiar; o que llegase a ser el hombre de mis sueños.



Y fin patatín chimpúm.



"Mamá siempre decía que la vida es como una caja de bombones, nunca sabes cuál te va a tocar".

Lo que quizá omitía la entrañable Sra.Gump es el hecho de que la leche de uno de esos bombones procede de una vaca asturiana con indigestión severa. Que muy posiblemente, será el dulce que primero te lleves a la boca. Y no sólo eso, sino que además va a ser el más aparente y codiciable de la caja.

No me malinterpretéis, no he venido a hablar de la adversidad de la vida; es que tengo un problema (¿otro?). He ido recopilando una serie de decisiones en las últimas semanas que ni son decisiones ni son nada.
Imaginaos que en vez de una caja de bombones, la vida fuese una partida a la Ruleta Rusa en una celda decrépita de la prisión de Butyrka en pleno siglo XIX (joder Marta, ni que supieras de Historia). Bueno, pues yo habría perdido antes de empezar a jugar si quiera.
Algunos lo llaman mala suerte, yo lo llamo déficit.
¿Es posible que la toma de decisiones sea un arte, y que sólo unos pocos visionarios hayan nacido con el don de pulirla? No tengo ni puta idea. Pero vaya, que está visto que lo de la ventura no va conmigo. No me habléis de "meter la pata" o de "cagarla hasta el fondo", si nunca habéis sido yo. No intentéis superar mi caos, no quiero que cientos de fracasos pesen sobre mi conciencia.

Y a pesar de todo, uno se lamenta de ser una ruina.
De hacer, hacerse, hacerlo y hacerles mal.
Que pesadumbre la necesidad de lamentarse cuando la inexistencia de alguien a quien llorar te escolta. Estoy a dos disgustos de recoger mis lágrimas en una copa de coñac, y vertérsela a la cara al primer subnormal
que se me cruce por delante.

Necesito un abrazo.


Diez.

¿Os he hablado alguna vez de lo mucho que me gusta el mes de Octubre? Es como el hijo de puta de los meses; y ya sabéis, a los hijos de puta se les coge cariño. No se te ocurra salir a las ocho de la mañana a la calle sin un jersey, un pañuelo calentito y unas botas, porque va a hacer un frío que pela. Pero eh, vas a volver a medio día sudando como un cerdo, porque va a hacer un calor que te torras (tetorras jeje).

No me negaréis que octubre es un fucker, y juega con nuestro fondo de armario como le viene en gana.
De mayor quiero ser Octubre. 



Reflexiones mediocres.

Un Miércoles como otro cualquiera. Yo, de pie en el vagón (es sabido por todos que si consigues asiento a las ocho de la mañana en el Metro de Madrid es que eres Dios. O que estás embarazada). Total, que como cualquier otra mañana de diario, ando abstraída en la lectura. Suelo evitar todo contacto visual con desconocidos, pero hoy en particular he estado unos tres minutos de mi tiempo mirando a los ojos a un niño que tenía enfrente. Espeluznante. Lo cierto es que el juego de "a ver quién aguanta más la mirada" lo ha empezado él, pero es que no tolero que los niños te observen fijamente, con sus ojitos clavados en tu persona. Me pone histérica.

El caso es, que mientras intercambiábamos un sin fin de miraditas asesinas/homicidas/magnicidas, me ha dado por reflexionar (secuelas de saltarse el desayuno). Y es entonces cuando me he dicho, "Marta, ¿por qué odias tanto a los niños?". Porque me dan pena. Los mocosos son algo así como minipersonitas sin ningún tipo de escrúpulos, educación, y sin conocimiento alguno de su vida, la percepción del tiempo o su entorno en general. Ergo lo que quiero decir, es que no son más que individuos que llegan entre llantos al mundo e inmediatamente pasan a depender de una, dos o veintitrés figuras adultas, comúnmente conocidas como "padres". Podemos asumir que nuestra vida está condicionada, limitada a una serie de ocurrencias y rasgos preestablecidos. Es entonces cuando me ha dado por pensar que mi vida no es mía, sino que estoy viviendo la vida que me ha  tocado.

Ahora vendrán los tiquismiquis del "libre albedrío". Que sí, pero la herencia genética, educación, experiencias de infancia, inteligencia y personalidad de serie, ya te están tapiando la vida, que no te enteras. Total, que después de toda esta reflexión tan deficiente e incoherente, sólo he sido capaz de llegar a una conclusión: que soy gilipollas.

Y que el desayuno es la comida más importante del día.


Receta para la monotonía.

Para preparar esta deliciosa receta necesitaremos los siguientes ingredientes:
          -1/2 litro de madrugones entre semana.
          -Una cucharadita de desayuno efímero.
          -5 piezas de transporte público.
          -Una pizca de caras habituales.
          -3 cucharadas soperas de horarios preestablecidos.
          -Una pizca mínima de tiempo libre.
          -Una pieza entera de lustros dedicados a "quéhaceres" en general.

*Recomiendo limitar el uso de vida social en exceso. En su lugar, sazonar el resultado final con gran cantidad de tedio y hastío.

En primer lugar, cogemos el medio litro de madrugones entre semana y lo vertemos en un bol de gran capacidad. Debemos tener en cuenta que el horario de estos no es relevante para el resultado final de la receta; aunque es preferible que sean madrugones de entre las seis o las siete de la mañana para que la mezcla quede mucho más homogénea. Si deseas darle un toque dulzón a tu receta, te recomiendo que cuando vayas a coger los madrugones a tu supermercado de confianza te asegures de que tengan un aspecto horrible. De estos que te despiertan de malas maneras con ruidos estruendosos e infernales, o en su defecto, con el último hit de Juan Magan. A continuación, echaremos una cucharadita de desayuno efímero a la mezcla. Actualmente la mejor marca conocida es "Magdalena atragantá" ("Muffin ocluído" para los hipsters). Después, cogemos las cinco piezas de transporte público, ya sean Metro, tren o autobús, y lo mezclamos todo debidamente.

En cuanto a las caras habituales, debéis aseguraros que no falten las más clásicas, véase el profesor que te tiene manía, tu jefe, el vecino tocahuevos o el chino de abajo que te devuelve mal el cambio porque te ve cara de tonto y sabe que es más listo que tú. Después de verter las tres cucharadas soperas de horarios preestablecidos (lo común es que sea horarios de mañana  en armonía con los madrugones) llegamos al punto más crítico del proceso: es de suma importancia que el tiempo libre que añadamos a la mezcla sea el mínimo posible. No hay cabida a relajarse viendo la película mierder del Sábado noche de Antena3, o a leer media horita una buena novela (que sé yo, "Cincuenta Sombras de Grey") antes de irte a dormir. Una vez superada esta difícultad, y tras incluir los lustros de cometidos y demás, sólo te faltará mezclarlo todo y dejarlo hacer 40 minutos a fuego lento. Y ahora sí, ¡Enhorabuena! Ya puedes disfrutar de tu mierda de vida inapetente.
Eres un crack.


Bienvenideando.

Hola, soy la nueva.
Llevo más de un año sin escribir porque eh, he estado ocupada. Bueno por eso y porque soy una puta vaga nata. La verdad es que no estoy inspirada ni lo más mínimo; he tenido un día de mierda y ni si quiera estoy ebria. Pero aquí estoy, aporreando las teclas e intentando engañarme de qué estoy concibiendo algo útil.
Lo maravilloso de esta noche, del verano en general, es que me provoca una repulsión desmesurada. Visto así, diríais que es el momento idóneo para escribir. No joder, no me salen las palabras. Llevo 14 minutos atascada en esta frase, y aún no sé lo que voy a teclear después. Bueno sí, puedo contaros lo del día en que mi internacionalmente reconocida paciencia estalló; o lo de este otro día en el que decidí qué cojones quería hacer con esto a lo que llamo mi vida. Pero ¿para qué? si a vosotros os la trae floja y a mí no me apetece hablar de ello. Tampoco voy a soltaros aquí un petardazo filosófico de esos de los míos que según dicen "son un coñazo", pero meh, que es una primera entrada del blog. Y que os voy a ser sincera,  la escribo porque habrá que abrir esto de alguna manera.

No espero que perdáis vuestro tiempo en leer esto, ni siquiera quiero que lo hagáis. Es más, tampoco aguardo que os llegue a gustar ni un poquito. Hago esto meramente porque si a día de hoy me preguntaran ¿cómo te van las cosas? sólo sería capaz de decir que mi vida es jodidamente soporífera; que necesito hacer alguna gilipollez, por absurda que sea, para contarrestar el hastío del verano. Porque lo creáis o no, a mí, que nunca me he quejado de carencia alguna, me falta lo más significativo y trascendental de cualquier día de verano. Un helado, jolín.